Es un restaurante que se distingue por los detalles y el carácter singular que le ha impreso su fundador. La decoración, los manteles y servilletas, la cristalería, el servicio del pan, su fina coctelería y la comida tienen un sello.
Volvía después de mucho tiempo dispuesto a celebrar un día especial. Salir a comer de noche siempre tiene un toque de celebración y de misterio. Pero fuimos un sábado a almorzar y fue una excelente decisión. Estás relajado sin el cansancio del día, con luz natural y listo para disfrutar.
Empezamos con unos tragos: María Antonieta (gin, Lillet, St-Germain, orange bitters) y el Dirty Martini (que incluye chorrito de salmuera de aceitunas: olé!), un cóctel con personalidad.
Como entradas pedimos dos clásicos de esta casa: conchitas a la parrilla con mantequilla de limón y ajo crocante y su refinada versión del pulpo a la gallega; de fondo: pesca del día hindú y la fantástica pasta piamontesa de pato. El mejor plato de pasta que he probado últimamente. En el Rafael nada está por casualidad ni de relleno. Su cocina es sofisticada pero no sacrifica el sabor, las texturas ni el equilibrio. El placer prevalece sobre lo intelectual.
Era un día especial. No es un restaurante que podamos frecuentar porque nuestro presupuesto no lo permite. Pero vale cada sol pagado. Había que seguir con los postres: una galette de pistacho con higos y una brillante interpretación del affogato. Al final nos dieron unos detalles de regalo (se enteraron de lo que celebrábamos): unas copas de Late Harvest Montes para acompañar los postres y unos petits fours. Terminamos con 2 espressos muy buenos. Pero la tarde era larga, no tenía apuro, así pedí una copita de Brandy Carlos I.
















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